viernes, 4 de mayo de 2018

¿Por qué los científicos seguimos una pauta de comportamiento económico absurda?

Escribe José Carlos Bermejo

Continuamos con la segunda entrada de la serie de artículos sobre microeconomía y producción científica.
En el artículo anterior, titulado “La lógica del mercado de las publicaciones científicas y cómo la pervierten las editoriales”, exponía cómo en la producción de conocimiento científico, las empresas editoras son los agentes exclusivos del mercado editorial y desarrollaba el cálculo del coste total de la elaboración de un artículo de investigación. Este se compone de un capital fijo (espacios físicos necesarios, medios materiales)  + capital circulante (gastos reactivos, materiales y horas de trabajo de todos los científicos involucrados) + compra de cantidad de información (libros y suscripciones a revistas necesarios que contienen la información previa necesaria) + fuerza de trabajo (coste de plantilla fija necesaria, no sólo científicos, sino también de administración o gobierno de la institución).
Siguiendo la lógica del mercado la empresa editora ha de comprar por un precio determinado un artículo que tiene un determinado coste, que habrá de ser amortizado por parte del proveedor que vende el artículo a la empresa.
Sin embargo nada hay más lejos de la realidad en el mercado editorial real de las publicaciones científicas, pues el proveedor asume todos los costes de producción y ofrece gratis al comprador el producto elaborado, o bien incluso paga por transferirlo, con lo cual el vendedor sería a su vez comprador del producto que está vendiendo, violando todo la lógica del mercado.
La violación de esa lógica se volverá a repetir cuando el proveedor compre su propio artículo en la revista que posee el control de la marca, junto con la totalidad de la revista, de la cual solo utilizará una mínima parte para sus investigaciones futuras, tras haber asumido todos los costes de producción de su trabajo junto con todos los demás coautores que compartirán el correspondiente número de esa revista.
Desde el punto de vista de la empresa vendedora la rentabilidad de la publicación de un artículo sería la ratio entre su precio de venta, o sea, la parte alícuota del valor de la suscripción del número en el que el artículo ha sido publicado, y su coste. Pero como el coste del artículo para la revista que lo publica ha sido cero, o incluso le ha supuesto otro ingreso, la rentabilidad de la publicación de un artículo sería la siguiente:
R(a) = precio de venta/ coste = precio venta/ 0 = ∞
O bien si imputamos como beneficio el dinero cobrado por la publicación, tendríamos:
R(a) = precio de venta + tasa de pubicación/ coste = precio de venta + tasa de publicación /0= ∞
Si por el contrario nos situamos en el punto de vista del proveedor, la rentabilidad de su inversión al publicar su artículo sería la ratio entre el precio al que lo ha vendido y sus costes de producción. Es decir:
R(a) = 0/ coste = 0
R(a) = 0/ coste + tasa de publicación = 0
La cuestión que se plantea es la siguiente: ¿cómo es posible que los científicos de todo tipo, que son personas altamente capacitadas e inteligentes, sigan unas pautas de comportamiento económico claramente absurdas?
Si lo planteamos desde el punto de vista de la teoría económica solo cabe una respuesta, y es que los científicos que han publicado su artículo han intercambiado capital real por capital simbólico, es decir, por prestigio, por el prestigio que otorga el monopolio de la posesión de un marca comercial. Pero a su vez tendremos que preguntarnos: ¿cómo consigue una empresa editorial monopolizar un prestigio científico que solo los científicos pueden otorgar, pues solo ellos saben valorar el interés de los trabajos de su campo de trabajo específico? Pues porque cuentan con la colaboración de los propios científicos que sirven de garantes de la calidad de los trabajos con el sistema de referees, que pueden realizar gratis o cobrando una remuneración, y porque ellos mismos aceptan el valor exclusivo de las revistas consideradas como marcas comerciales y de la interacción comercial entre marcas mediante el sistema bibliométrico de cuantificación de citas.
Todo este sistema es un instrumento esencial para la construcción de una jerarquía de prestigio visible: el del número de artículos y citas, que a veces puede no corresponder con el presigio invisible, es decir, con el prestigio real de un científico valorado por sus colegas especialistas, los únicos que pueden comprender lo que sus investigaciones han supuesto en un determinado campo y que saben que todo ello no se puede computar, entre otras cosas porque la ciencia es una empresa colectiva y el conocimiento tiende a ser cada vez más un patrimonio común anónimo.
La construcción de esas jerarquías también puede ser analizada desde un punto de vista microecómico si nos preguntamos cual es el rol que los científicos desempeñan en el juego del mercado editiorial de carácter científico.
Los científicos son en el mercado científico editorial básicamente clientes, pues compran por necesidad la información que se les ofrece. Pero es que además de comprar la información que necesitan compran también la que no necesitan.
Si un grupo de investigación pudiese comprar el conjunto de cuantos de información, o sea artículos, que necesita para llevar a cabo su trabajo, sus costes de compra de información serían muy reducidos.
Naturalmente eso lo puede hacer si necesita un libro, pues comprará ese libro y no todos los que un editor ha editado en un campo afín ese año o semestre, pero no en el caso de una revista, por la que debe pagar la suscripción completa, con lo que el carácter abusivo de su vendedor-editor se refuerza todavía más.
La compra individualizada de artículos tendría mucho mas sentido si tenemos en cuenta que su valor es perecedero, pues el ritmo de producción de artículos en cada tema es cada vez más acelerado, y el hecho de que en realidad el comprador solo compra el acceso a una información contenida en servidor digital, que perderá si deja de estar suscrito a esa revista. Naturalmente si la publicación científica tendiese a concentrarse en libros o en grandes artículos ello favorecería los intereses del comprador, aunque perjudicaría los del editor. Un editor como empresario que es en un mercado desea incrementar el número de mercancías que produce y hacer que sean perecederas para mejorar aun más sus beneficios. Por eso las grandes editoras han conseguido imponer el sistema de medición de currículums por número de artículos y número de citas, número también proporcional al de artículos publicados en cada campo. Dispersar la información es rentable desde el punto de vista económico, pero carece de sentido desde el punto de vista científico.
Las empresas editoras actúan con racionalidad mercantil, mientras que los científicos no lo hacen así. Ellos son sus proveedores gratuitos y sus clientes sobreexplotados.
Las preguntas por tanto, que deberíamos hacernos esta vez son, ¿cuál es la relación económica real entre los científicos y el mercado editorial? ¿podemos analizarla? ¿Existen otras alternativas a la misma? En la entrada de mañana, se intentará dar respuesta a estos interrogantes.
Tomado del Blog de Studia XXI con permiso de su autor

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